Lo que sueñan los lobos. Los corderos del señor.
(Les agneaux du
Segnieur, 1998)
(À quoi rêvent les loups, 1999)
Yasmina Kahdra
Alianza Editorial
© Alianza Editorial,
S.A., 2000, 2015
©Traducción de Santiago
Martín Bermúdez, 2000, 2002
1ª Edición: 2007
2ª Edición: 2015
ISBN: 9788420695136
Bolsillo/Tapa blanda
Género principal: Novela
Etiquetas- tags: Novela de
ficción, recopilación autor, literatura argelina, religión
y política, mundo musulmán, la Cashba, integrismo, fanatismo, yihadismo,
terrorismo, grupos rebeldes, conflictos árabes, sociedad argelina, política
argelina, educación en Argelia, machismo, patriarcado.
Páginas: 496
ARGUMENTO
Bajo el
seudónimo femenino de Yasmina Kahdra
nos encontramos al escritor argelino Mohamed
Moulesseloul, un excombatiente en la guerra civil
que asoló a su pais en los años noventa, y no exento de polémica
en torno a sus escritos, ya que le consideran un rebelde en toda regla.
Se dio a conocer a un público mayoritario
con la obra Las golondrinas de Kabul.
En este tomo nos ofrece dos obras con tramas
independientes, aunque unidas por la imagen costumbrista de la sociedad
argelina contemporánea. La familia, la
amistad, el fervor religioso, el desencanto, la muerte, aparecen en cada párrafo
sin necesidad de nombrarlas explícitamente.
OPINIÓN
Dos relatos
con un hilo conductor: el fervor religioso llevado a su grado extremo.
Rodeado de
un clima adusto y de un tiempo lento como el que se traduce al sumergirse en
ambas narraciones, no es extraño que el lector perciba cierto desasosiego y una
extraña sensación de falta de aire, más psicológica que física, ya que Y. Kahdra sabe lograr esa extraña
combinación que le da a la novela un toque romántico, incluso en medio del caos
y de los atroces asesinatos que se cometen en cada una de sus novelas.
En “Lo que
sueñan los lobos” somos testigos de la conversión de un muchacho, que
precisamente se refugia en la mezquita una vez decide rehuir de la vida sin
futuro que le ofrece la sociedad de su pais.
En el templo le reciben con los brazos abiertos y le apoyan para luchar
contra la fatal realidad de un territorio corrupto y sin futuro alguno,
envolviendo ese falso ánimo en la ilusión de que la religión todo lo puede, el
caldo de cultivo perfecto que abona los ideales que promulga el integrismo.
A pesar de
que Sid Ali, su amigo poeta le
quiere abrir los ojos ante los peligros que supone someterse a la paz que en un
principio le ofrece la mezquita, el protagonista es incapaz de ver más allá y
no percibe de qué modo es utilizado para formar parte de los grupos que lideran
los movimientos radicales del pais, que predican y captan adeptos precisamente
entre las clases más desfavorecidas.
La realidad
es que dentro de estas cúpulas prima el deseo de poder muy por encima de los
ideales religiosos, justificando en todo caso los crueles medios para
conseguirlo.
A lo largo
de toda la narración el ambiente es tenso, en parte producido por el islamismo
que se reproduce de modo cancerígeno por todos los rincones del pais, que se
entremezcla con la confusión propia del pueblo, llamado a una revolución que no
termina de entender, al comprobar que solo sirve para ver morir a sus vecinos o
cómo se destrozan las familias.
“Los
corderos del señor” despista en un principio con un ambiente más sereno que el
anterior, haciéndonos creer que el protagonista no sucumbirá en esta ocasión al
canto de sirena yihadista, todo lo contrario que la anterior, en la que se
advierte la tragedia desde el primer momento.
A pesar de todo, vamos siguiendo el hilo descriptivo que nos convence de
estar en el mismo punto de inflexión que tiende hacia la barbarie, para
encontrarnos con el mismo fin de un modo abrupto.
En común,
ambas obras reflejan el absurdo del sistema de pensamiento integrista, visto
desde fuera, y advierte de forma solapada sobre el riesgo de someterse al
dominio de quien predica incoherencias o justifica la violencia en sus actos.
Comparar
culturas no es sano ni conviene, más cuando estamos inmersos en una
multiculturalidad que la mayoría aún no entiende ni quiere aceptar. No por pertenecer a un primer mundo
desarrollado corre el agua tan limpia en este lado como para dar ejemplo de
valores y costumbres. No es por defender
ni justificar, que falta no hace, pero aquí somos dados a echarnos las manos a
la cabeza por las barbaries que cometen los demás y demonizar lo extraño o lo
que no conocemos, mientras que la viga sigue incrustada en el ojo propio. Viendo lo que tenemos bien cerca de nuestra
casa, no me atrevería yo a lanzar la primera piedra ni criticar lo que de un
modo que si se prefiere, más maquillado, utilizan desde los atriles nuestros
políticos para convencer a los desfavorecidos europeos; una brutalidad a la
occidental que sustenta el hambre y la falta de recursos mínimos en las clases
bajas, la pérdida de dignidad, suicidios y hecatombes personales a diario.
Quizá
convenga reflexionar si somos tan diferentes de esos lobos argelinos…
Por Saray Schaetzler